La forma en que aprendemos a manejar el dinero no surge de la nada. Se construye en casa, a partir de las actitudes, creencias y prácticas que observamos desde la infancia. Hablar —o no— de ahorro, confiar o desconfiar de los bancos, llevar un registro de gastos o administrar el dinero cotidiano deja una huella profunda que influye en las decisiones financieras que acompañan a las personas durante toda su vida.

Las conductas económicas de los padres forman parte de las circunstancias que moldean los hábitos financieros de sus hijos. Desde cómo se gasta el dinero hasta la manera en que se enfrenta el endeudamiento, estas experiencias tempranas influyen directamente en la inclusión financiera y en las oportunidades de movilidad social de las nuevas generaciones.
En muchos hogares, el manejo del dinero se desarrolla en contextos marcados por la informalidad. Es común que no exista un presupuesto, que el ahorro se realice en efectivo dentro del hogar o que no se utilicen productos financieros formales. A ello se suma una persistente desconfianza hacia las instituciones bancarias y la ausencia de conversaciones familiares sobre temas económicos, lo que limita el aprendizaje financiero desde edades tempranas.

Esta herencia de prácticas y creencias se refleja en la vida adulta. El estrés constante por falta de recursos, la dificultad para ahorrar y la baja adopción de productos financieros no son decisiones aisladas, sino el resultado de patrones aprendidos y reproducidos a lo largo del tiempo. Sin embargo, cuando en el hogar se promueve la administración del dinero, se fomenta el hábito del ahorro y se enseña a tomar decisiones financieras, se abren mayores posibilidades de estabilidad y crecimiento económico.
La educación emerge como un factor clave para transformar estos patrones. A mayor nivel educativo, se amplía el acceso a herramientas financieras formales y se reduce la reproducción automática de las prácticas económicas del entorno familiar. La formación académica no solo brinda conocimientos, sino que también fortalece la confianza para interactuar con el sistema financiero y tomar decisiones más informadas.

Existen, además, diferencias marcadas por el género. Los hombres tienden a reproducir con mayor frecuencia las conductas financieras observadas en sus padres, mientras que muchas mujeres fueron menos expuestas desde niñas a conversaciones sobre la gestión del dinero. Esta brecha responde a normas sociales que limitaron históricamente la participación de las mujeres en temas económicos, aunque la desconfianza hacia las instituciones financieras persiste de manera generalizada en ambos casos.
La inclusión financiera no depende de un solo factor. Es el resultado de condiciones sociales, económicas y culturales que influyen en el acceso a oportunidades y en la capacidad de romper ciclos de desigualdad. Lo que hoy se enseña —o se omite— en los hogares en torno al dinero tendrá un impacto directo en las decisiones financieras del mañana.

El uso responsable de los recursos, el acceso a productos financieros y la educación económica no solo definen el presente de las familias, sino que también marcan el rumbo de las generaciones futuras. Actuar desde hoy es fundamental para construir un entorno más equitativo y con mayores oportunidades para todos.